jueves, 6 de agosto de 2009

La cosa


Guada se ocupó de organizarlo todo: lugar, invitados, hacer la colecta para el regalo, (que después se encargaría también de elegir) comprar los globos, inflarlos y hasta el traslado de la agasajada (que era yo). Todo parecía bajo control, tanto que a mí (que la conozco) me parecía raro, pero decidí darle un voto de confianza. El resultado: asistencia perfecta, el lugar impecable, la comida también, hasta que llegó el momento de abrir el regalo (de alto impacto). Mi cara de sorpresa juro que fue nada comparada a la de mi jefa que miraba desde la cabecera (intuyo que se preguntaba si la distancia le jugaba una mala pasada o si sus gastados ojos la engañaban). Digamos que tratándose de una despedida laboral (ni remotamente cercana a una de soltera) la elección era algo… atrevida (aún más conociendo que dentro de los invitados se encontraban los “altos mandos”). Guada no se inmutó y hasta parecía orgullosa (incluso se animó a tirar un chiste y decir que el color era en mi honor) y poco satisfecha con la estupefacción generalizada siguió jugando con el doble sentido (bastante cercano al chiste fácil cuando de lo sexual se pasa a la vulgaridad). “Las pilas también corren por cuenta nuestra”, tiró sin una pizca de rubor. “Un bajón si llegabas a tu casa entusiasmada y ¡sorpresa! no tenía bateria”, acotó. Lo peor del caso fue, después de la primera reacción (sorpresa), tener que ocultar mi alegría (debo reconocer que efectivamente me entusiasmaba la idea) en ese contexto de incomodidad protocolar. Porque contrario a lo que podia suponer, resultaba simpático, amigable y (si desconociéramos su funcionalidad y el tabú que lo rodea) con una textura que invitaba a tocarlo. Además, era tan evidente que mi jefa (detrás de su aparente sobriedad y rechazo) reclamaba con sus inquietos deditos tocar a “la cosa”. Más de una (y no son suposiciones, porque después pude obtener sus secretas confesiones) intentó desdibujar esa mueca de deseo cual niña frente al último lanzamiento de Mattel (mejor no doy ideas). De todos modos, que “la cosa” generara tanto revuelo entre adultos (hombres y mujeres de más de 30 años sexualmente activos y, aún más, pertenecientes a una de las denominadas profesiones liberales) no dejaba de ¿inquietarme?. Así que “la cosa” en cuestión desató, más tarde, un debate sobre la hipocresía que hay en torno a determinados temas, como el de considerar a la mujer dueña de su sexualidad no sólo como plantea Cosmo en sus páginas (que nos equipara a perras complacientes del macho de turno) sino como buscadoras activas de su propio placer (que no necesariamente es con un otro) y que (tranquilamente) puede ser muy de ella solita (o no tanto, en este caso). Finalmente, el postre (sin doble sentido) se impuso como protagonista y todos dejaron en el olvido a “la cosa” (todos menos yo que agradecí la ocurrencia de Guada de incluir las pilas para no tener que hacer escala en un kiosco de regreso a casa). ¡Qué buena despedida! (cheers).

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