miércoles, 26 de agosto de 2009

Berlín en bicicleta


En Berlín la gente anda en bicicletas que tienen etiquetas con nombre de otros. Lu me contó que quería empezar a conocer la ciudad, meterse por cada una de sus calles para sentir y hacerse de ese lugar. Necesitaba que no le resulte tan extraño, que las calles no le parecieran nuevas a cada paso, porque así recordaría en todas las esquinas que no está acá, sino allá, y entonces vendría el llanto y todo lo demás. Pensó en bicicletas, en una rosa, o tal vez verde, el verde le iría bien. Fue sencillo encontrar una bici, al parecer hay un mercado negro en el que circulan una variedad de modelos, tamaños y colores, una "mafia turca" de bicicletas. Tardó dos días en caer en que la suya perteneció a una tal Marianne. Imagino a Marianne buscando con la mirada la bici apostada en el lugar de costumbre, alguna puteada en alemán, que por ser en alemán debe sonar mucho más a puteada, y después seguiría una búsqueda silenciosa por las calles, intentaría reconocer las marcas personales, un raspón acá y el rastro de la etiqueta mal puesta. Lu sin embargo olvidó pronto a Marianne, la bici ahora era tan suya como Berlín. Había aprendido a distinguir algunos barrios y sabía que tenía que cuidar su bici de los turcos, al menos ya era algo. Después había cuestiones menores, aparentemente no interpretaba muy bien los códigos de los "bici-colegas", para ser fiel al término que empleó ella y que me sigue causando gracia, hay indicaciones precisas, señas para detenerse y ese tipo de cosas. Tal vez un repentino freno para observar en detalle un edificio, un monumento o una catedral. Otras, por un motivos menos evitable y totalmente necesario, aunque el resto de los colegas no lo entendiera, un bici conductor con anteojos en un día de lluvia debe detenerse para limpiar los vidrios al menos cada dos cuadras y luego seguir y así hasta el final del recorrido.

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