jueves, 20 de agosto de 2009

Terapia I



¿Qué puertas se abren cuando uno se recuesta en el diván, apoya la cabeza y simplemente se abandona en sus pensamientos?
No lo sabía y por eso se sometía dócilmente. La sola idea de detenerse a pensar en eso podría acabar con su consulta. A ella le gusta pensar que ir a terapia es como nadar en una pileta que no conoce. "Te zambullís y no sabés cuán profundo podés llegar, sólo te preocupás por mantenerte a flote. Te aferrás a algo, no importa qué, mientras te mantenga a salvo"… Y manteniéndose a salvo, saboteaba hasta su propio inconsciente. Negándolo, se negaba. ¿Cómo pretendía que Poli no la negase si ella misma lo hacía? Por qué reclamaba lo que no podía dar.
Resuelta a no jugarle una mala pasada a su "yo", llegó, con la puntualidad de siempre, faltando cinco minutos para las nueve y sin tener la menor idea sobre lo que iba a hablar.
Mientras subió los siete pisos se ocupó de arreglar su peinado sin acomodar las ideas. Pensando en que, esta vez, no debía pensar en nada.
Marta le abrió la puerta, ella dejó la llave sobre la mesa de la recepción y pasó al pequeño y caluroso cuarto que oficiaba de consultorio. Miró el diván de reojo, por primera vez se sintió tentada, pero desistió. Esperó que Marta tomara su cuaderno y entonces largó un "No sé". Por primera vez se encontraba ante la escrutadora mirada de Sigmund con la guardia baja. Era presa fácil. Tres pequeñas figuras se proyectaban como sombras en una pared: el superyo y el ello se batían a duelo mientras el yo se tapaba los ojos con denotada y oscura pasividad. La voz de Marta la devolvió al caluroso cuarto, el agónico ventilador se sacudía con la misma monotonía y sin provocar efecto alguno, imitando el incesante y silencioso movimiento de las agujas del reloj, que marca que tan sólo pasaron cinco minutos desde que entró al consultorio.
¿Qué cosa no sabés?, insistió Marta. Nada. A esa altura sentía que todo lo que alguna vez le había dado cierta seguridad se había derrumbado. No tenía idea de nada. Se dio cuenta que había permanecido los últimos años en stand by.
Ahora que Poli había dejado de ser "el tema conflictivo", cayó en la cuenta de que todo había girado en torno de su ex. El árbol había tapado el bosque. Los pequeños enredos domésticos le permitieron postergar su propia búsqueda. Se había mantenido a salvo aferrándose a una relación que tenía más de escape que de encuentro. "Suddenly I see", se dijo, pero calló.
Es que ahora entendía que el encuentro tenía más de escape que de encuentro. Encontrarse tenía que ser otra cosa. Tenía que asumir dos cosas, que tenía 27 años, y una tremenda crisis de identidad la mantenía atrapada en la más absoluta soledad, casi de claustro.
¿Terminamos por hoy?
Se incorporó, tomó su cartera y pagó la sesión.

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