martes, 3 de noviembre de 2009

Jugando a ser mamá (nota publicada en revista Gurrumin)


Cuando me pidieron que escriba una nota relacionada al día de la madre sabía que me metía en un problema, pero de todos modos acepté. Y creo que algo similar ocurre el día en que decidimos ser madres, conocemos todo lo que se viene, ya lo vimos en alguna parte, y aún cuando sabemos que nos estamos metiendo en un lío de esos grandes, hacia allá vamos… felices, esperanzadas, con certezas y también llenas de dudas y miedos. Y seguramente suene trillado, pero no por eso menos cierto: no existe un manual de instrucciones para ser madre, para eso está lo que llamamos instinto (maternal). La panza empieza a crecer y comenzamos a inquietarnos a pensar en cómo será, “mejor que saque los ojos del padre y por favor ¡mi nariz!”; las listas de nombres, las discusiones en pareja del tipo: “Mirá Federico si voy a cargar con la panza nueve meses y me voy a poner gorda y voy a tener que matarme en el gimnasio para volver a ser algo parecido a lo que fui, si voy a tener que cuidarme en las comidas, no fumar, no tomar alcohol, y sobre todo voy a tener que ¡PARIR! El nombre… lo elijo yo, ¿te quedó claro?” No exagero, estoy citando a una pareja amiga, pero claro, después el parto pasa y una vez que tenemos a nuestro bebé prendido del pecho ya no importa nada, ni los puntos, ni los kilos de más. Todo tiene sentido cuando somos conscientes de que podemos pasar por la maravillosa experiencia de dar vida. Entonces, nos entregamos a ese aprendizaje que se va dando día a día, con cada diente que se asoma, con el primer pasito firme, con los primeros intentos de decir mamá, hasta que sale redondito y claro: MA-MÁ. Ya no nos quedan dudas, estamos en un lío bárbaro, pero tan lindo. Esa mini personita empieza a ser nuestro mundo y comenzamos a orbitar a su alrededor. Sin embargo, cada vez es más difícil ser mamá full time y aunque nos viene toda la culpa junta, se termina la licencia y entendemos que el mundo ahí afuera nos espera, para seguir siendo mujeres, trabajadoras, amigas…

Nos piden que seamos eficientes en el trabajo, las revistas femeninas nos enseñan tips para conservar nuestra vida sexual, no perder el glamour, y las suegras siempre tienen algo que aconsejarnos, porque claro, todo tiempo pasado fue mejor y en su época las cosas se hacían diferente. Nos convertimos en pulpos o malabaristas intentando que no se rompa nada, que todo esté en su lugar y que la cena esté servida a las nueve para no perderte el capítulo de Valientes, eso si lograste que el pequeño monstruito se haya quedado dormido. Y todavía te queda cargar el lavarropas, así mañana antes de irte tendés todo, mientras mirás de reojo a él con cara suplicante para que se de cuenta que le toca lavar los platos. Para ese entonces, lo único que querés es el paraíso prometido: la cama. Con suerte él está tan agotado como vos y se queda dormido con el control (remoto) en la mano. Si no, todo rapidito, nada de juegos, así llegás a dormir seis horas que mañana te espera un día terrible.

Ok, convengamos que no todo es tan trágico y si hay tantos chicos correteando por ahí es porque sabemos que detrás de una rutina extenuante se encuentran los momentos de más dicha en nuestra vida. Como dice Serrat: “A menudo los hijos se nos parecen, y así nos dan la primera satisfacción; ésos que se menean con nuestros gestos, echando mano a cuanto hay a su alrededor. Esos locos bajitos que se incorporan con los ojos abiertos de par en par, sin respeto al horario ni a las costumbres y a los que, por su bien, (dicen) que hay que domesticar”.

Si te sonreíste leyendo estas líneas, entonces tengo algo para decirte:¡Felíz día mamá!