miércoles, 10 de marzo de 2010

Los siete Gandini (séptima entrega) Parte I

Villa Crespo: mató a su hermano de siete tiros y se suicidó.

El hombre, de 39 años, estaba de visita en el país y se alojaba en un hotel céntrico de la Capital. En la habitación encontraron pasaportes falsos, sellos y escrituras.


Un hombre, identificado como Alberto Gandini, mató a su hermano de al menos siete disparos y luego se quitó la vida en un hotel ubicado en la calle Bolivar, según indicó la Policía Federal. El hecho ocurrió poco después de las 18 hs cuando el hombre se presentó en el edificio en el que residía la víctima, su hermano de 54 años. Tras oir los disparos los vecinos llamaron a la policía.

El portero ingresó a la vivienda y al llegar a la cocina observó el cuerpo de la víctima con siete heridas mortales. Según los peritos policiales, los disparos que causaron la muerte del hombre impactaron en el cuello, abdomen, en la mejilla y en la sien izquierda.

Tras un llamado al 911, la policía encontró al portero en la puerta del departamento junto con los vecinos que se fueron acercando al lugar. La policía señaló que no había indicios para determinar que hubo intento de robo ni de forzar cerraduras. Luego de tomar testimonio a los vecinos abandonaron la vivienda de la calle Muñiz 1348.

Horas más tarde se determinó la vinculación entre el asesinato y el suicidio.
Los hermanos y familiares mostraron un pronfundo dolor por las pérdidas y dijeron desconocer los motivos que desencadenaron la terrible tragedia.

La policia investiga la relación entre estas dos muertes y los documentos truchos hallados en la habitación del hotel.

martes, 9 de marzo de 2010

Los siete Gandini (Sexta entrega)

Andrea, decile a Carlos Gandini que venga a mi oficina.
Battista, el gerente de Recursos Humanos se acomoda la corbata y mira por la ventana, de espaldas a la puerta de su oficina. Mecánicamente repite este ritual como si fuera parte del procedimiento para despedir a alguien. Le toca al Gordo. Battista no siente simpatía por este ingeniero de desempeño deslucido, a decir verdad, se acostumbró a no establecer vínculos que interfieran con su labor. Su lema: cordialidad para todos, apego por ninguno.
El gordo no se sorprende con el llamado, el radio pasillo venía anunciando posibles bajas y con el llamado de Andrea, es decir, de Battista, quedaba claro por quién empezarían. Si algo lo tranquilizaba era saber que entre la indemnización y la herencia tendría un margen bastante holgado como para aguantar. Nunca pensó en hacerse echar, pero ahora que sabe que Battista lo puso en la lista, se siente liberado.
Carlos llega a la oficina y golpea.
-Pase Gandini, dice secamente Battista. Y hace girar su silla, casi teatralmente, en dirección a la puerta.
-Usted dirá, Carlos le da el pie que Battista necesita.
-Como sabrá, estamos atravesando momentos difíciles y la empresa no está ajena a la realidad que vive el país y el mercado. Nosotros apostamos a nuestra gente, a su desarrollo y siempre tratamos de cuidar el capital más valioso que tenemos, que es el humano. Pero, el esfuerzo muchas veces no alcanza y nos vemos obligados a tomar decisiones difíciles. Gandini, usted forma parte de esta familia hace más de una década y no crea que nos olvidamos de eso en estos momentos, pero el contexto, la coyuntura… Bueno, como usted entenderá hay factores que nos exceden y lamentablemente tenemos que prescindir de sus servicios.
-Entiendo perfectamente la situación. No tiene que decir más. Cuando tenga los papeles listos me avisa. Fue un placer trabajar en esta compañía.
Carlos se pone de pie y extiende con aire solemne la mano. Battista devuelve el saludo y vuelve a su sillón de cuero. La puerta se cierra.
-Andrea, llamá a Jorge Colussi y decile que venga.
El Gordo camina por los pasillos y, a pesar de que lo miran con cara de velorio, él no puede evitar sonreír. Junta un par de papeles, apaga la computadora y abandona su pequeño box.
Se sube al auto y enciende el stereo. El Gitano canta “a veces un recuerdo
, una canción muy triste 
se adueñan de aquel eco 
que me dejó tu voz 
y entonces vuelvo a ver 
como cuando te fuiste 
con mi dolor a cuestas 
llorando por tu amor” y el gordo a destiempo sigue la letra una y ota vez hasta llegar a su casa.
Detiene el auto en la esquina y camina hasta el edificio de mitad de cuadra. A medida que se acerca al 1348 la imagen de Alberto se vuelve más nítida, y él no puede evitar ponerse a la defensiva. La presencia de su hermano le borra la sonrisa, la canción y le mete unos nervios que patean directo a su estómago.
-¡Qué sorpresa! No te esperaba.
- Sabés que no sos el único, parece que no somos muy originales los Gandini.
-¿Qué?
-Nada, no importa. ¿Tenés unos minutos para tu hermano?
-Sí, claro. Subí.

lunes, 8 de marzo de 2010

Los siete Gandini (Quinta entrega)

Bolivar 120. Habitación 214 del NH City & Tower.
Alberto puso el cartel de No molestar en la puerta, la mucama no entró en ninguno de los tres días de su estancia y las toallas empiezan a oler mal. No parece importarle. Ya se afeitó, está con un sobrio traje gris, corte italiano, sin corbata. Tiene el pelo engominado y un cigarrillo apagado en la boca. De la mesa de luz saca un sobre blanco y un arma, verifica si está cargada y rapidamente guarda todo en un maletín. Mira a su alrededor y sale del cuarto. De un tirón seco arranca el No molestar.
En la puerta del hotel hay un taxi esperando por él. Se sube sin decir palabra, enciende el cigarrillo y se recuesta en el asiento. El chofer pone en marcha el auto y el taxi se pierde entre el resto de los autos.


-Está bien por acá, dice Alberto y señala la puerta de la casona de Ramos Mejía.
Toca timbre y prende otro cigarrillo.
Del otro lado se escuchan ladridos y un tímido “¿Quién es?”
-Soy Alberto, abrime Marito.
Marito abre.
-¡Qué sorpresa!, no te esperaba.
-Si te dije que venía hoy.
-Sí, pero se me pasó. Últimamente para mí los días son todos iguales. ¿A vos no te pasa?
-Sí, tenés razón.
-Pasá, pasá. ¡Casco basta! Es Alberto, dejá de ladrar.
Alberto intenta acariciarlo, pero el perro se aleja siguiendo los pasos de Marito.
-Vamos para la cocina que te cebo unos mates, ¿querés?
-Marito, vengo a hablar con vos y me tenés que escuchar bien porque esto es importante.
-Che, te pusiste serio de golpe, ¿pasa algo?
-Pasa que mamá se murió y están todos esperando a hacer la repartija y pasa que vos vivís acá y sos el único que no tiene para dónde rajar. Y sólo no vas a poder hacer nada, por eso vine, para ayudarte. Alberto hace una pausa y sigue: -Marito hay más plata de la que vos te podés llegar a imaginar. El viejo tenía sus cosas, algunas que nadie sabe, pero cuando alguien se muere… ¡Pum!, no preguntes cómo, pero salta todo y con estos cuervos no hay quién se salve. ¿Me seguís?
-Sí, creo que sí. Pero, ¿qué cosas tenía el viejo?
-Eso no importa ahora. Lo que importa es lo que tenemos que hacer.
Alberto abre el maletín, saca el sobre y el arma. Pone todo sobre la mesa.
-Epa! ¿Qué andas haciendo con eso? Conmigo no cuentes che, yo eso no lo toco.
-Calmate Marito. Todo es más simple de lo que pensás. Dejame que te explique y vas a ver que no tenés que hacer nada, sólo escuchar.
Vos me dijiste que íbamos a hacer algo juntos y ahora me decís que no tengo que hacer nada. No entiendo y me pone muy nervioso.
-Pará Marito, pará un minuto y bajá la voz. En este sobre que ves acá está tu pasaporte a la libertad, tu revancha y una nueva vida. Todo eso.
¿Qué me querés decir Alberto?, ¿Qué me vas a pedir? A mí no me gustan las cosas raras y menos si hay un arma de por medio.
-Dentro de este sobre hay escrituras de propiedades que el viejo no tenía “declaradas”, por decirlo de alguna manera. Es decir que todo esto queda por fuera del testamento y sabés qué Marito, acá dice que vos sos el propietario. ¿Eso lo entendés?
-¿Cómo?
-Sí, lo que escuchaste. Sos el único dueño de la pequeña fortuna que hizo el viejo, calculá que habrá un palo verde. ¡Es como haberte sacado la grande campeón!
-Vos me estás jodiendo a mí, ¿no? ¿Qué mierda querés con todo esto Alberto?
-Marito se me está acabando la paciencia… Tomá, enterate, fijate lo que dice acá, porque a leer aprendiste, ¿no?
Marito se sienta y lee con atención. Alberto lo mira impaciente, esperando su reacción. Enciende otro cigarrillo y comienza a caminar por la cocina.
-¿Y? Ahora me creés.
-Es que…
-Sí, ya sé, no te lo esperabas. Bueno lo que tengo para decirte tampoco, así que respirá hondo.
-Ahora con qué me vas a salir. Todavía no digerí esto y vos… No entiendo nada. El viejo jamás me hubiese dejado todo a mí, si me decís la vieja, capaz lo entiendo, pero papá, nunca.
-Bueno, las cosas son así, acostumbrate a la idea. El arma está acá porque necesitaba que entiendas que esto va en serio. Hay que… a ver si me explico, devolver las cosas a su orden natural. Y vos tenés que tomar una decisión.
-¿Y qué es lo que tengo que decidir?
-Quién va a morir.
-Eh? Te volviste loco vos.
-El siete es un número imperfecto, vos lo sabés muy bien.
-¿De qué estás hablando?
-No me interrumpas más, querés. Yo entendí algo, me llevó mucho tiempo, pero ahora sé que mi lugar no está acá y por eso me voy a pegar un tiro, pero antes, antes te voy a hacer el último favor y voy a dejar todo en orden. Me voy a ir de acá con un nombre, con un Gandini, lo voy a ir a buscar y con este arma, lo voy a matar. Después me voy a suicidar en el cuarto de mi hotel y se acabó el cuento. Pero necesito que vos me digas ese nombre.
La cara de Marito es puro desconcierto. Abandona la silla y se encamina hacia la puerta de la cocina. Casco lo sigue. Piensa qué decir, escoge las palabras, arma la frase y cuando la tiene, la suelta alzando la voz: - Vos estás más loco de lo que yo pensaba. De dónde sacaste esa teoría y qué tiene que ver conmigo, con la herencia y el orden natural de las cosas. Estoy completamente perdido, pero no quiero saber, mejor te vas.
-Marito, cuándo vas a dejar de ser tan pelotudo.
-Vos te querés suicidar, y yo soy el pelotudo. Vos serías capaz de matar a uno de tus hermanos y el equivocado soy yo?
-Matar a un hermano para salvar a otro. Para mí esto se trata de hacer un poco de justicia en un mundo imperfecto. Marito, nunca te preguntaste por qué carajo tenés siete dedos, por qué cuando te los cortaste te volvieron a salir… De eso te hablo cuando te digo que hay que devolver las cosas a su orden natural. Te la estoy haciendo fácil Marito. Agarrá viaje. Esta es tu última oportunidad de tener una vida más normal. La vida que por ahora te estuvieron negando.
-Lo que querés que haga es imposible.
-Marito, yo no quiero que vos hagas nada. Te digo que es lo que hay que hacer, nada más. Un nombre Marito, un nombre y tenés tu vida resuelta. Te lo aseguro.

jueves, 4 de marzo de 2010

Los siete Gandini (Cuarta entrega)

Pedro sale de la oficina en busca de un café, se deja llevar por el olor a mar de las vacaciones que ya está imaginando, ni bien cobre la plata de la herencia se va a la mierda, qué más da, unos días alejado de esta puta fábrica y sus malditos botones. Nada demasiado lujoso, pero algo un poquito más espectacular que clavar la sombrilla en La Perla y ver como los chicos se hacen milanesa y un pelotazo del vecino te mete arena en la parte más incómoda del ser y contemplar pasivamente como el mar se lleva otro año de monotonía, y la radio AM con sus inagotables publicidades mechadas en cada bocanada de aire que toma el locutor principal y el tráfico para volver.
Y de qué ciudad feliz me hablás, casi se le escapa en voz alta, pero se diluye en su garganta.

Pedro!
¿Eh?
¿Te vas a servir café o qué?
Ahh, sí.
¿Qué te pasa?
A mí, ¿qué me va a pasar?
No sé, decime vos, porque te estoy mirando y hace diez minutos que estás como un zombie parado frente a la cafetera.
Estaba haciendo cálculos mentales, unos números que no cierran, pero nada importante.
Por qué no salís un rato a tomar aire, capaz cuando volvés encontrás el error. A mí me funciona siempre.
No tengo tiempo para eso.

Pedro!
¿Qué?
El café…
Ahh sí. Este pelotudo qué se cree, piensa, pero no dice nada, ni siquiera hace una mueca de disgusto. Pedro agarra su taza y con la mirada clavada en el piso de madera atraviesa el pasillo hasta su oficina.
Me queda tan poco de esta mierda, se ilusiona.