jueves, 25 de noviembre de 2010

Los siete Gandini (séptima entrega - parte III)

Marito dejó las llaves puestas, como era su costumbre, sólo dio media vuelta para dejar la cerradura trabada. Una vieja manía heredada de su madre.
Casco salió a su encuentro con ladridos y saltos, Marito se agachó para acariciarlo.
-Viste Casco me vinieron a buscar otra vez, esos periodistas no se cansan nunca, pero este pibe parecía distinto, me sonó sincero, ¿y si yo contara toda mi historia Casquito?
¿Qué podría pasarme? A esta altura ya no tiene mucha importancia, además los únicos que podrían llegar a enojarse son los otros, pero igual ahora tampoco me hablan. Como si yo tuviera la culpa de haber heredado toda esa fortuna. Si a mí nunca me importó la plata. Lo que pasa es que no me van a perdonar que nos les diera ni un centavo. Y bue, yo hice lo que me pareció mejor y esa plata… esa plata venía de algo turbio, es plata que iba a seguir trayendo desgracia. Yo de esas cosas sé, y estaba clarito que no iba a traer felicidad a ningún Gandini, porque estamos malditos Casco. Me quisieron hacer creer que era cosa mía nomás, por eso de los siete dedos y todo lo demás, pero no. Ahora veo todo más claro y sé que no soy yo, que esto viene de largo, de antes. Donar esa plata fue lo mejor. ¿Qué iba a hacer yo con todo eso?, si a mí no me interesan las grandes cosas, además te tengo a vos. Ay Casco, siempre estoy metido en algún lío.
Veni, vení loquito que te doy de comer, vos sí que sos bueno eh. Sos el mejor regalo que me dieron.

Después de poner el alimento en el cacharro de Casco, se sienta en la silla del patio interno, se queda con la mirada perdida, un poco en el techo, un poco en ninguna parte, como si recorriera mentalmente su historia, esa que quieren contar y él no se anima. Larga un suspiro y golpea con sus manos los apoyabrazos de la mecedora, como tomando impulso para pararse, y arrastrando los pies va hasta el cuarto de las herramientas de donde rescata una linterna.
Casco, vení, vení que voy a bajar.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Los siete Gandini (séptima entrega parte II)

Marito camina con la mirada clavada en las baldosas, las manos en los bolsillos y chifla bajito, algo que no se entiende, pero que suena parecido a un tango.
Unos pasos detrás de él otro hombre más joven parece no perderle pisada e incluso apura su paso como si quisiera alcanzarlo, pero sin llamar la atención de su objetivo.
Marito cruza la calle que lo separa de su casa y cuando mete la llave en la pesada puerta, el joven le toca suave el hombro para no asustarlo.
- ¿Usted es Mario Gandini?
- ¿Quién pregunta?, dice con desconfianza Marito.
- Me llamo Rubén Cirotta y soy productor de un programa de cable que se llama Sucesos, no sé si lo conoce…
- Me suena, capaz alguna vez vi un cachito, pero ¿qué tengo que ver yo con eso?
- Bueno, pasa que…

El joven duda, sabe que las palabras que elija de acá en adelante serán claves para convencer a Marito y no quiero precipitarse, decir demasiado y que Mario apresure la llave en la cerradura y le saque todo chance de cumplir con la tarea asignada. Si esta jugada le sale bien podría ser una excelente oportunidad de demostrarle al jefe que ya está para encarar algunos laburos más importantes que los simples mandados. Y aunque repasó mentalmente cien veces sus líneas ahora le parecen inadecuadas, le habían adelantado que el tipo este era raro, pero se lo hacía diferente, más bien lo imaginaba como el típico piola que se hace el boludo porque le conviene, en definitiva las cosas habían salido bastante mal para todos, menos para él. Ahora que lo tenía frente a frente había algo en sus gestos, en sus movimientos y, particularmente, en sus ojos que lo obligaban a romper con todos sus prejuicios, simplemente parecía un pobre tipo entristecido y sin carácter, más bien receloso, como si la vida lo hubiese molido a palos y su cuerpo viviera en tensión permanente esperando que le asesten un nuevo golpe.

-Qué es lo que pasa, yo no quiero nada raro, no me interesa nada, ni mucho menos nada con la tele, acá ya vino mucha gente a hacer preguntas, lo que yo quiero es estar tranquilo, que me dejen en paz de una buena vez.

-Lo entiendo y disculpe que lo haya tomado por sorpresa y haya venido hasta su casa sin aviso, pero nos interesa contar su historia. No la historia, -el joven hizo un exagerado énfasis y arrastró las letras- sino su historia -el mismo intento de marcar la sútil pero gran diferencia que encierra su propuesta lo hacen enfatizar, una vez más, cada sílaba-. ¿Me entiende? ¿Entiende lo que le estoy tratando de decir?

-Sí, sí, claro que lo entiendo. Yo entiendo todo, pero no tengo nada para decir, mi historia no tiene nada de interesante para los demás, y yo ya estoy cansado y no tengo ganas de andar contando nada, ni mío ni de mi familia.

- Claro, sé que usted pasó por momentos difíciles, pero siempre quedaron sospechas sobre su persona, su familia… ¿No le gustaría aclarar todo de una vez y vivir realmente en paz?

Sabía que se estaba arriesgando mucho, pero cada vez estaba más cerca de fracasar, lo suyo era un gesto desesperado por llevar a Marito a otro terreno.
- No sé, no sé, porque están mis otros hermanos y yo ya no quiero más líos con ellos ni con nadie. Así que prefiero dejar todo como está y si me disculpa yo voy a ir entrando.
- Mario, espere, hagamos una cosa, no hace falta que se decida ya, en unos días lo llamo y me dice qué le parece, capaz nos podemos juntar más tranquilos en un café y le cuento bien cómo sería todo, para que usted vea que esto es serio, que no queremos hacer un novelón, queremos contar la verdad, su historia, que la gente sepa quién es Mario Gandini. No me diga nada, pienselo, yo lo estoy llamando. Y le pido disculpas nuevamente por venir así.
Rubén le tendió la mano y cuando Mario se la estrechó supo que lo había convencido, que lo tenía en su terreno. Había conseguido la historia de Mario Gandini, de niño fenómeno a hombre misterio, heredero de una fortuna manchada de sangre y traiciones familiares, de secretos y conspiraciones. Ya podía escribir mentalmente los relatos, las voces en off, las preguntas que le haría, por fin iba a poder taparle la boca a su jefe.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Ya no

Ya no. Una afirmación con pinta de negación, pero que sólo marca el punto final de un guión. Marca temporal de que algo que estaba se fue a otro parte o simplemente mutó y ahora es su contracara, una suerte de verdad falsa o maldición no proclamada.
El vacío donde ya no.
A veces pasa que te miro y siento que te dije todo, y no me refiero a esos silencios cómplices, sino a la desazón que invande primero la boca, se fuga por la lengua y se disuelve en la garganta sin que haya intención de sonaridad. No hay deseo de decir.
Porque ya no.
La continuidad en medio de la disrupción total es montaje, pero también podría ser un gesto repetido, aprendido, pero sin significado, el sentido –igual que lo demás- cae.
Cuando ya no.
Es como si el mismo abandono retrasara todo, el martillo suspendido en el aire y la mano se queda sin ceder, inmóvil, con la sentencia desdibujada por la propia indiferencia de las partes.
Nos aferramos a los restos del amor como un naúfrago que deposita sus esperanzas en el último resto del navío y anhela que ese pequeño fragmento sea lo suficientemente fuerte para mantenerlo a flote y llevarlo hasta la orilla.
Aunque sabe que ya no.
Si el desconcierto nos hace mirar hacia atrás y rastrear los orígenes, seguramente habrá suficiente amor ahí para suspender el juicio final, pero los recuerdos sólo sirven para tender puentes, pero no construyen el camino hacia el mañana, son sólo una puerta que se abre hoy para descubrir el ayer. Entonces, el “ya no” funciona como señal de advertencia, una bifurcación que se abre en medio de la ruta y obliga a detener la marcha y contemplar el horizonte por un instante. ¿Estamos irremediablemente atados a lo que somos o la potencia del ser es más poderosa que el irreductible “yo” ególatra (que va comiendo poco a poco los cimientos del castillo de naipes) e invita a descubrir posibilidad donde sólo había cerrojos?
Hablo de vos y de mí y de todo lo demás, porque los restos del amor son múltiples.
Y si ya no, ¿qué?
Mejor no decir nada. Cegüera ante el fracaso. Escudo protector. Guerra fría entre el pensar y el sentir. El silencio deja intacta la forma- casi en suspenso- sin alterar la incomodidad que va tejiendo lentamente y desconociendo que la materia entra en descomposición, aunque lo niegue. Esa red contiene las lágrimas y la carta de renuncia, pero también la inminencia del estallido.
La suerte de los amantes es que prefieren mantener viva la ilusión; los amados, en cambio, buscan salirse del tablero y apuestan sus fichas al jaque mate.
El silencio se esconde del ya no. ¿Por cuánto tiempo podrá sortear el enfrentamiento?
Cara a cara. Se miran al espejo y se reconocen. Son uno y lo mismo.
El “ya no” es el asesino del futuro.
Mañana ya no queda nada.
“El Silencio ha muerto”, lo dicen en las noticias.
Se ven las manchas de sangre en el espejo, en el suelo y en las fotos que cuelgan en la pared. Ellas sólo albergan fantasmas, los cuerpos se desvanecieron, así como también los rostros. Un cúmulo de contornos imprecisos.
Los restos del amor que prefiguraban la presencia, ya no.
Los vecinos comentaron y hasta la familia que festejaba el silencio, ese día habló. Le organizaron una ceremonia para despedirlo, vinieron amigos y conocidos, pronto todo se cubrió de flores y llantos, algún que otro cuento sobre anécdotas pasadas en un intento de recordar los buenos momentos. Más tarde, sin acuerdo previo, las voces se fueron encendiendo y cantaron juntas la última canción en homenaje al silencio muerto.
Ya no.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Rita está del orto


RITA está del orto. Miren, estos son sus dichos:
Sé que estoy deprimida porque me dieron ganas de escribir. Eso es lo que me pasa. Primero pienso cosas extrañas, en hacer cambios radicales y luego, luego me siento a escribir y llega la confirmación de que toqué fondo, que ya no hago pie y tengo que sumergirme en una pantalla lumínica a llenar el vacío con palabras que a nadie le interesan, pero que al menos sirven (me refiero a las palabras) como testigos de que estoy acá y ahora.
Algo es real: las letras se suceden unas con otras. No hay duda.
Sobre crisis existenciales soy una experta, no quiero ostentar, pero para cuando terminen de leer esto, lo sabrán. Y yo, al menos, habré ganado en algo. Esa es la trampa.
Una crisis existencial básicamente se manifiesta como una angustia ante la nada. No hay una razón, sino razones, y cuando TODO es el problema estamos claramente frente a ese temple particular y específico que se produce ante al vacío. No sé que quiero, no sé qué siento, no sé a dónde voy.
Vacío.
Se me ocurrió que la gente en bicicleta es más feliz, así que por ahora voy a intentar sobreponerme buscando mi vieja bici -que no tiene frenos, pero pienso arreglar porque no quiero accidentes, prefiero siempre la voluntad. Me gustan las situaciones que puedo controlar. Eso para empezar. Después, me queda resolver si la salida es vender todo, incluida la bici, e irme a vagabundear por el mundo.
Es una posibilidad. Escapista, maybe. De todos modos, suena arriesgado, y esas cosas generan cierta admiración en el resto de la gente, esa que sigue una rutina tremendamente aburrida.
Sí, lo que piensen los otros cuenta. Somos una gran red social y cada acto está resignificado por la mirada ajena, no hay manera de evitarlo. Hagan el intento, yo mientras los miro. Ahora bien, la cuestión es que en estos momentos nada parece imposible, porque justamente nada parece demasiado real. Todo es tan automático: los gestos, las palabras, cada día… ¿Acaso eso tiene algo de sentido?
Uno tras otro, se suceden, sin que nada realmente trascendente pase. Ustedes dirán: ¿pero qué es transcendente para vos? Y yo no tendré respuesta, porque eso pasa en las crisis, nada califica para trascendente, entonces no se me ocurren esos ejemplos que esperan, pero los puedo dar una pista, no hablo de cosas como tener un encuentro de tercer tipo o una experiencia mística o un sueño profético. Creo No, al menos para mí, no. Tal vez lo trascendente tenga algún parentesco con la cercanía de las cosas. ¿Cuándo fue la última vez que algo genuinamente te conmovió (entró directo sin que mediara nada) y te hizo salir de tu eje?
Ok, si encontró algo felicitaciones, usted no está atravesando una crisis.
A mí lo que me pasa es que siento que todo es una especie de respuesta aprendida y ya no hay nada de genuino, es el quiebre involuntario, pero inevitable de dejar de ser niño. Se borra toda marca de espontaneidad, de esa honestidad brutal que tenemos antes de ser moldeados para encajar. La ruptura implica aislamiento, por eso estamos jodidos, no hay escape. En el momento en que comprendo esto, desisto de hacer un viaje alrededor del mundo porque ahí estará todo sucediendo otra vez, con la desventaja de estar a miles de kilómetros de alguna cara familiar. Tampoco soy una descreída absoluta, sé que hay alicientes, reconozco –como diría mi amiga Sun- que hay gente que redondea para arriba. Ellos poco pueden hacer, pero están y, a veces, eso es lo único que alcanza para tapar el agujero negro.
El agujero sigue estando, pero por un ratito no lo vemos y podemos jugar a hacer de cuenta que tampoco es real.
La píldora roja o la azul, le proponían a Neo cual Alicia posmoderna.
¿Vos cuál tomarías?
Abro un gran paréntesis y los pongo en contexto: “Neo descubre que el mundo en el que creía vivir no es más que una simulación virtual. Los miles de millones de personas que viven (conectadas) a su alrededor, están siendo cultivadas del mismo modo para poder dar energía a las máquinas. Esta ilusión colectiva es conocida como The Matrix. Neo escoge vivir en el mundo real donde la humanidad está esclavizada por las máquinas”. ¿Les suena de algo, o eso que suena es tu Blackberry?
Simulación o realidad parecieran que son dos callejones que no conducen a ninguna parte. ¿Hay liberación posible?
Sí, estoy siendo todo lo pesimista que puedo ser, de eso se trata, estoy atravesando una crisis. No pueden decir que no les avisé y el que avisa no traiciona. You know.
Perdí el hilo, seguramente ahora salga con cualquier otra cosa, porque tuve que llamar al delivery, las penas también se alimentan y, hasta incluso, tienen atracones, una orden de 16 piezas a Itamae para llenar el vacío.
Todo tiene que ver con todo, ¿no?
El otro día en un twitteo puse algo así como: “Sólo siendo extremadamente pesimista se puede encontrar algo de optimismo en estos días” y me remitía a la corriente new age que a través del simple slogan de vive el hoy como si fuera el último día intenta arrancarnos del desencanto. I’m confused. O sea, pensá, sentí la inminencia de la muerte, la fragilidad de tu existencia, lo mínimo e insignificante que sos ante el Universo, Dios, o en quién creas y rendite a disfrutar lo poco que te queda, y se supone que eso tiene que animarnos. A mí eso no me reconforta, qué querés que te diga, que me equiparen a una hormiga que al menor descuido cualquiera la puede borrar de su triste rutina laboriosa de cargar hojitas en fila sin chistar. Paso. No, thanks.
No quiero herir susceptibilidades, tampoco la onda es vengan, húndanse conmigo.
Por eso hoy decidí que la maternidad no es para mí, eso es como invitar a alguien a una mala fiesta y, sorry, pero el que te invita a una fiesta pedorra no tiene perdón. So… me abstengo de participar a alguien a este carnaval desteñido. Welcome to the jungle and then what? Eso es como permitir que el preceptor ponga amonestaciones colectivas. No, yo me la banco solita.
Tal vez el problema es que simplemente esperamos demasiado, tenemos altas expectativas sobre nosotros, el mundo, la gente, el arte y todo lo demás.
Si me callo, si no lo digo, capaz, no sea verdad.
I can’t think straight.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Los siete Gandini (séptima entrega) Parte I

Villa Crespo: mató a su hermano de siete tiros y se suicidó.

El hombre, de 39 años, estaba de visita en el país y se alojaba en un hotel céntrico de la Capital. En la habitación encontraron pasaportes falsos, sellos y escrituras.


Un hombre, identificado como Alberto Gandini, mató a su hermano de al menos siete disparos y luego se quitó la vida en un hotel ubicado en la calle Bolivar, según indicó la Policía Federal. El hecho ocurrió poco después de las 18 hs cuando el hombre se presentó en el edificio en el que residía la víctima, su hermano de 54 años. Tras oir los disparos los vecinos llamaron a la policía.

El portero ingresó a la vivienda y al llegar a la cocina observó el cuerpo de la víctima con siete heridas mortales. Según los peritos policiales, los disparos que causaron la muerte del hombre impactaron en el cuello, abdomen, en la mejilla y en la sien izquierda.

Tras un llamado al 911, la policía encontró al portero en la puerta del departamento junto con los vecinos que se fueron acercando al lugar. La policía señaló que no había indicios para determinar que hubo intento de robo ni de forzar cerraduras. Luego de tomar testimonio a los vecinos abandonaron la vivienda de la calle Muñiz 1348.

Horas más tarde se determinó la vinculación entre el asesinato y el suicidio.
Los hermanos y familiares mostraron un pronfundo dolor por las pérdidas y dijeron desconocer los motivos que desencadenaron la terrible tragedia.

La policia investiga la relación entre estas dos muertes y los documentos truchos hallados en la habitación del hotel.

martes, 9 de marzo de 2010

Los siete Gandini (Sexta entrega)

Andrea, decile a Carlos Gandini que venga a mi oficina.
Battista, el gerente de Recursos Humanos se acomoda la corbata y mira por la ventana, de espaldas a la puerta de su oficina. Mecánicamente repite este ritual como si fuera parte del procedimiento para despedir a alguien. Le toca al Gordo. Battista no siente simpatía por este ingeniero de desempeño deslucido, a decir verdad, se acostumbró a no establecer vínculos que interfieran con su labor. Su lema: cordialidad para todos, apego por ninguno.
El gordo no se sorprende con el llamado, el radio pasillo venía anunciando posibles bajas y con el llamado de Andrea, es decir, de Battista, quedaba claro por quién empezarían. Si algo lo tranquilizaba era saber que entre la indemnización y la herencia tendría un margen bastante holgado como para aguantar. Nunca pensó en hacerse echar, pero ahora que sabe que Battista lo puso en la lista, se siente liberado.
Carlos llega a la oficina y golpea.
-Pase Gandini, dice secamente Battista. Y hace girar su silla, casi teatralmente, en dirección a la puerta.
-Usted dirá, Carlos le da el pie que Battista necesita.
-Como sabrá, estamos atravesando momentos difíciles y la empresa no está ajena a la realidad que vive el país y el mercado. Nosotros apostamos a nuestra gente, a su desarrollo y siempre tratamos de cuidar el capital más valioso que tenemos, que es el humano. Pero, el esfuerzo muchas veces no alcanza y nos vemos obligados a tomar decisiones difíciles. Gandini, usted forma parte de esta familia hace más de una década y no crea que nos olvidamos de eso en estos momentos, pero el contexto, la coyuntura… Bueno, como usted entenderá hay factores que nos exceden y lamentablemente tenemos que prescindir de sus servicios.
-Entiendo perfectamente la situación. No tiene que decir más. Cuando tenga los papeles listos me avisa. Fue un placer trabajar en esta compañía.
Carlos se pone de pie y extiende con aire solemne la mano. Battista devuelve el saludo y vuelve a su sillón de cuero. La puerta se cierra.
-Andrea, llamá a Jorge Colussi y decile que venga.
El Gordo camina por los pasillos y, a pesar de que lo miran con cara de velorio, él no puede evitar sonreír. Junta un par de papeles, apaga la computadora y abandona su pequeño box.
Se sube al auto y enciende el stereo. El Gitano canta “a veces un recuerdo
, una canción muy triste 
se adueñan de aquel eco 
que me dejó tu voz 
y entonces vuelvo a ver 
como cuando te fuiste 
con mi dolor a cuestas 
llorando por tu amor” y el gordo a destiempo sigue la letra una y ota vez hasta llegar a su casa.
Detiene el auto en la esquina y camina hasta el edificio de mitad de cuadra. A medida que se acerca al 1348 la imagen de Alberto se vuelve más nítida, y él no puede evitar ponerse a la defensiva. La presencia de su hermano le borra la sonrisa, la canción y le mete unos nervios que patean directo a su estómago.
-¡Qué sorpresa! No te esperaba.
- Sabés que no sos el único, parece que no somos muy originales los Gandini.
-¿Qué?
-Nada, no importa. ¿Tenés unos minutos para tu hermano?
-Sí, claro. Subí.

lunes, 8 de marzo de 2010

Los siete Gandini (Quinta entrega)

Bolivar 120. Habitación 214 del NH City & Tower.
Alberto puso el cartel de No molestar en la puerta, la mucama no entró en ninguno de los tres días de su estancia y las toallas empiezan a oler mal. No parece importarle. Ya se afeitó, está con un sobrio traje gris, corte italiano, sin corbata. Tiene el pelo engominado y un cigarrillo apagado en la boca. De la mesa de luz saca un sobre blanco y un arma, verifica si está cargada y rapidamente guarda todo en un maletín. Mira a su alrededor y sale del cuarto. De un tirón seco arranca el No molestar.
En la puerta del hotel hay un taxi esperando por él. Se sube sin decir palabra, enciende el cigarrillo y se recuesta en el asiento. El chofer pone en marcha el auto y el taxi se pierde entre el resto de los autos.


-Está bien por acá, dice Alberto y señala la puerta de la casona de Ramos Mejía.
Toca timbre y prende otro cigarrillo.
Del otro lado se escuchan ladridos y un tímido “¿Quién es?”
-Soy Alberto, abrime Marito.
Marito abre.
-¡Qué sorpresa!, no te esperaba.
-Si te dije que venía hoy.
-Sí, pero se me pasó. Últimamente para mí los días son todos iguales. ¿A vos no te pasa?
-Sí, tenés razón.
-Pasá, pasá. ¡Casco basta! Es Alberto, dejá de ladrar.
Alberto intenta acariciarlo, pero el perro se aleja siguiendo los pasos de Marito.
-Vamos para la cocina que te cebo unos mates, ¿querés?
-Marito, vengo a hablar con vos y me tenés que escuchar bien porque esto es importante.
-Che, te pusiste serio de golpe, ¿pasa algo?
-Pasa que mamá se murió y están todos esperando a hacer la repartija y pasa que vos vivís acá y sos el único que no tiene para dónde rajar. Y sólo no vas a poder hacer nada, por eso vine, para ayudarte. Alberto hace una pausa y sigue: -Marito hay más plata de la que vos te podés llegar a imaginar. El viejo tenía sus cosas, algunas que nadie sabe, pero cuando alguien se muere… ¡Pum!, no preguntes cómo, pero salta todo y con estos cuervos no hay quién se salve. ¿Me seguís?
-Sí, creo que sí. Pero, ¿qué cosas tenía el viejo?
-Eso no importa ahora. Lo que importa es lo que tenemos que hacer.
Alberto abre el maletín, saca el sobre y el arma. Pone todo sobre la mesa.
-Epa! ¿Qué andas haciendo con eso? Conmigo no cuentes che, yo eso no lo toco.
-Calmate Marito. Todo es más simple de lo que pensás. Dejame que te explique y vas a ver que no tenés que hacer nada, sólo escuchar.
Vos me dijiste que íbamos a hacer algo juntos y ahora me decís que no tengo que hacer nada. No entiendo y me pone muy nervioso.
-Pará Marito, pará un minuto y bajá la voz. En este sobre que ves acá está tu pasaporte a la libertad, tu revancha y una nueva vida. Todo eso.
¿Qué me querés decir Alberto?, ¿Qué me vas a pedir? A mí no me gustan las cosas raras y menos si hay un arma de por medio.
-Dentro de este sobre hay escrituras de propiedades que el viejo no tenía “declaradas”, por decirlo de alguna manera. Es decir que todo esto queda por fuera del testamento y sabés qué Marito, acá dice que vos sos el propietario. ¿Eso lo entendés?
-¿Cómo?
-Sí, lo que escuchaste. Sos el único dueño de la pequeña fortuna que hizo el viejo, calculá que habrá un palo verde. ¡Es como haberte sacado la grande campeón!
-Vos me estás jodiendo a mí, ¿no? ¿Qué mierda querés con todo esto Alberto?
-Marito se me está acabando la paciencia… Tomá, enterate, fijate lo que dice acá, porque a leer aprendiste, ¿no?
Marito se sienta y lee con atención. Alberto lo mira impaciente, esperando su reacción. Enciende otro cigarrillo y comienza a caminar por la cocina.
-¿Y? Ahora me creés.
-Es que…
-Sí, ya sé, no te lo esperabas. Bueno lo que tengo para decirte tampoco, así que respirá hondo.
-Ahora con qué me vas a salir. Todavía no digerí esto y vos… No entiendo nada. El viejo jamás me hubiese dejado todo a mí, si me decís la vieja, capaz lo entiendo, pero papá, nunca.
-Bueno, las cosas son así, acostumbrate a la idea. El arma está acá porque necesitaba que entiendas que esto va en serio. Hay que… a ver si me explico, devolver las cosas a su orden natural. Y vos tenés que tomar una decisión.
-¿Y qué es lo que tengo que decidir?
-Quién va a morir.
-Eh? Te volviste loco vos.
-El siete es un número imperfecto, vos lo sabés muy bien.
-¿De qué estás hablando?
-No me interrumpas más, querés. Yo entendí algo, me llevó mucho tiempo, pero ahora sé que mi lugar no está acá y por eso me voy a pegar un tiro, pero antes, antes te voy a hacer el último favor y voy a dejar todo en orden. Me voy a ir de acá con un nombre, con un Gandini, lo voy a ir a buscar y con este arma, lo voy a matar. Después me voy a suicidar en el cuarto de mi hotel y se acabó el cuento. Pero necesito que vos me digas ese nombre.
La cara de Marito es puro desconcierto. Abandona la silla y se encamina hacia la puerta de la cocina. Casco lo sigue. Piensa qué decir, escoge las palabras, arma la frase y cuando la tiene, la suelta alzando la voz: - Vos estás más loco de lo que yo pensaba. De dónde sacaste esa teoría y qué tiene que ver conmigo, con la herencia y el orden natural de las cosas. Estoy completamente perdido, pero no quiero saber, mejor te vas.
-Marito, cuándo vas a dejar de ser tan pelotudo.
-Vos te querés suicidar, y yo soy el pelotudo. Vos serías capaz de matar a uno de tus hermanos y el equivocado soy yo?
-Matar a un hermano para salvar a otro. Para mí esto se trata de hacer un poco de justicia en un mundo imperfecto. Marito, nunca te preguntaste por qué carajo tenés siete dedos, por qué cuando te los cortaste te volvieron a salir… De eso te hablo cuando te digo que hay que devolver las cosas a su orden natural. Te la estoy haciendo fácil Marito. Agarrá viaje. Esta es tu última oportunidad de tener una vida más normal. La vida que por ahora te estuvieron negando.
-Lo que querés que haga es imposible.
-Marito, yo no quiero que vos hagas nada. Te digo que es lo que hay que hacer, nada más. Un nombre Marito, un nombre y tenés tu vida resuelta. Te lo aseguro.

jueves, 4 de marzo de 2010

Los siete Gandini (Cuarta entrega)

Pedro sale de la oficina en busca de un café, se deja llevar por el olor a mar de las vacaciones que ya está imaginando, ni bien cobre la plata de la herencia se va a la mierda, qué más da, unos días alejado de esta puta fábrica y sus malditos botones. Nada demasiado lujoso, pero algo un poquito más espectacular que clavar la sombrilla en La Perla y ver como los chicos se hacen milanesa y un pelotazo del vecino te mete arena en la parte más incómoda del ser y contemplar pasivamente como el mar se lleva otro año de monotonía, y la radio AM con sus inagotables publicidades mechadas en cada bocanada de aire que toma el locutor principal y el tráfico para volver.
Y de qué ciudad feliz me hablás, casi se le escapa en voz alta, pero se diluye en su garganta.

Pedro!
¿Eh?
¿Te vas a servir café o qué?
Ahh, sí.
¿Qué te pasa?
A mí, ¿qué me va a pasar?
No sé, decime vos, porque te estoy mirando y hace diez minutos que estás como un zombie parado frente a la cafetera.
Estaba haciendo cálculos mentales, unos números que no cierran, pero nada importante.
Por qué no salís un rato a tomar aire, capaz cuando volvés encontrás el error. A mí me funciona siempre.
No tengo tiempo para eso.

Pedro!
¿Qué?
El café…
Ahh sí. Este pelotudo qué se cree, piensa, pero no dice nada, ni siquiera hace una mueca de disgusto. Pedro agarra su taza y con la mirada clavada en el piso de madera atraviesa el pasillo hasta su oficina.
Me queda tan poco de esta mierda, se ilusiona.

jueves, 25 de febrero de 2010

Los siete Gandini (tercera entrega)

Luisa vení, grita Julio desde la cocina.

Se escucha el taconeo, algo falto de ritmo. Antes verla venir era un “espectáculo”, como el mismo Julio repetía, pero ahora los años parecen afectar su cadencia, o tal vez sea la mala postura de lavar tantas cabezas, alisar tantos rulos y barrer los restos de cabello de sus clientas. Luisa siempre suspira, pero nunca se niega.

¿Qué pasa?

Eso mismo. Quiero que me tires las cartas, todo este asunto de la sucesión me tiene nervioso.

Me imagino, y encima el pesado de Marito que no quiere vender la casa.

¿Con quién estuviste hablando?

Con nadie Julio. Las cartas…

Sí, ya sé, las cartas no te esconden nada.

Exacto! Además, adónde más podría ir ese pobre diablo.

Bueno, concentrate y tirame las cartas.

Ya vengo, necesito prepararme un poco, que esto no es soplar y hacer botellas. ¿Cuándo entenderás que tiene su ciencia.

Ma' que ciencia ni ciencia, dejate de joder y traé las cartas.

Siempre tan grosero vos, ahora no te tiro nada.

“Pero por qué no me tirás esta” -piensa Julio- pero no lo dice, porque sabe que Luisa detesta que le diga esas cosas y al fin de cuentas él necesita sus dotes de tarotista para salir de tanta incertidumbre.

Otro toconeo de vuelta al dormitorio, Luisa va directo al cajón de la mesita de luz y saca una cadena de plata con un colgante de cuarzo, las cartas del tarot y un pequeño paño para cubrir la mesa. Suspira, balbucea algo inaudible en forma de protesta y regresa a la cocina.

Julio observa como las manos de su mujer estiran el paño sobre la mesa, solían ser lindas, ahora tienen la marca de amoníaco de tintura berreta, desmejoradas, sin elegancia aunque sus uñas destellen un rojo eterno. Piensa en que la vida pasa rápido, en que Luisa no se merece que la engañe, pero no lo puede evitar, se le viene a la cabeza la imagen de la vieja en el cajón, el ataque de Marito, los ojos de Alberto denunciándolos a todos, “para qué mierda habrá vuelto ese hijo de puta. Va a armar quilombo”. Se da cuenta de que su mujer lo mira inquieta, como esperando que vuelva de alguna otra parte.

¿Qué te pasa Julio?

Nada. Estaba pensando en la vieja. Qué se yo, en cómo se pasa el tiempo, pero arranquemos de una vez que me tengo que ir.

Estrella pasa la cadena con el cuarzo por encima de las cartas, sobre la cabeza de su marido, sobre la suya y se lo cuelga. Cierra los ojos y lleva su cabeza hacia atrás, como si una fuerza la estuviera poseyendo, sus pestañas tiemblan y eructa tres veces. Todo conforma un rito, el preludio -si se quiere- a su conexión con algo inasible como el futuro. Para Luisa es natural someter cada pregunta al contundente vaticinio de sus cartas, no se imagina otra manera de transitar, cuando se aleja del chusmerío de la peluquería se sienta en la cama algunas veces para llorar y otras para buscar respuestas, aunque no todas. Saber la obligaría a fingir y prefiere evitarlo, por eso abraza como religión la ignorancia, tuvo que acostumbrarse a ignorar ciertos negocios de su marido, algunas llegadas fuera de horario y baches que Julio ni se esforzaba en cubrir. La ignorancia le permite cuidar esa frágil y aparente felicidad en la que viven. No es que se sienta desdichada, sabe que su marido la quiere, a su forma, no tenían problemas económicos, siempre le gustó su trabajo en la peluquería.

Estrella le hizo la tirada tradicional.

Y…está complicado. Todo muy trabado, problemas con papeles, peleas, un visitante que llega para cambiar las cosas.

Alberto, que vino seguro para hinchar las pelotas, porque guita no le hace falta, dice Julio.

Sí, el panorama no es nada sencillo. Se viene una, que ni te cuento!

Contame, contame, decime más.

lunes, 18 de enero de 2010

Los siete Gandini (Segunda entrega)

Me quedé solo. Ahora sí que no sé qué voy a hacer -le dice Marito a Casco, algo parecido a un Lazzie, pero con menos pelo y, sin ninguna belleza- por suerte te tengo a vos, que sos buenito conmigo. Ahora que la viejita nos dejó tenemos que pensar qué vamos a hacer en esta casa tan grande que se fue quedando tan triste. Marito mira con atención esas paredes que fueron su manto de protección, el refugio de las burlas y el rechazo, la muralla de compasión y ternura que Justina levantó para protegerlo. Suspira y sigue el monólogo. ¿A dónde iremos a parar? Porque los otros nos van a querer despachar, en lo único que piensan esos es en repartirse todo lo antes posible. Ni llorarla me dejaron, me la arrancaron de sopetón. Si el viejo hubiese visto el velorio de cuarta que le hicieron, se volvía a morir. Menos mal que yo le puse la ropa que ella quería, pero ni la maquillaron, ni había nada para comer, apenas que repartieron café. Igual a mi mamita la lloraron, sí que la lloraron, estaba lleno de gente, no faltó ningún vecino, ningún pariente. Aunque a algunas mejor ni verlas, qué descaradas mis cuñadas, una más falsa que la otra, esas si que son víboras, pero ella las tenía junadas a todas, lo sabía muy bien, la viejita no era zonza, bastaba verlas todas emperifolladas, mostrándose las unas a las otras para sacarse roncha, a ver quién tenía el mejor tapado… Una peor que otra, todas chirusas de barrio que no le llegaban a los talones a la vieja.

Mi madre era una señora con todas las letras, esas eran mujeres, las que sabían sufrir en silencio y siempre tienen una sonrisa para regalar a sus hijos, sin importar qué desgracia las consumiera por dentro. Pobre viejita, se me la llevaron cuando todavía estaba tan lúcida, pero Él sabrá, tiene razones que los de acá no entendemos. Mario levanta la mirada, el cielorraso lleno de humedad y descascarado se le viene encima, le borra la poesía, le corta las ganas de imaginarse el paraíso al que seguro accedió Justina. Un límite estrecho y contundente que lo devuelve a sus cavilaciones. Si pudiera encontrar la puerta para acceder a ese terreno donde los muertos ya no son cadáveres él la traspasaría, pero su estrecha capacidad se agota antes del suicidio, y aún si lo pensara en ese mismo instante renunciaría a su pasaje. El séptimo de los Gandini se agacha, toma al perro por el cuello y susurra una confesión: Cuando ya no quedaba nadie y me dejaron solo con ella, le di un beso y le saqué la medalla de la virgen, tenía miedo de que se dieran cuenta, pero igual quién iba a pensar que fui yo, podría haber sido cualquiera, si eso fue un desfile de gente. Espero que la viejita me entienda, pero así vamos a estar siempre cerca, ella pegada a mi pecho. ¡Qué solo que me quedé Casco! No, no voy a llorar. No te preocupes, ésta vez vamos a tener que estar fuertes para que los otros no nos saquen de patitas a la calle. Las cosas de mamá son las cosas de mamá y yo no voy a dejar que nadie toque nada, mucho menos que hagan algo con la casa, ella le puso tanto cariño a cada detalle, todo tiene su mano, hasta el último día laburó para tenerla impecable. Vos la habrás visto, despacio, con sus pasitos chiquitos ella la dejaba reluciente. A mí me gustaba ayudarla, no como dicen ellos porque sea un maricón, sino porque la vieja se lo merecía, por todo lo que ella hizo por mí. Nadie me ayudó como la viejita. Cuando todos me empezaron a decir yeta y ni verme cerca querían, ella estuvo para consolarme, porque cuando sos un pibe no entendés qué es eso de ser mufa. No sabés lo que lloré. Después de que murió el viejo no me querían en ningún lugar, la gente se cruzaba de vereda, miraba para otro lado, daba la vuelta. Yo me daba cuenta, no había que ser muy pillo para notar lo que pasaba con mi presencia. Ahí fue cuando me encerré en la pieza del fondo y sólo la vieja venía a verme, me traía la comida, me leía libros, jugaba a las cartas y me traía regalos a escondidas. Por eso los otros siempre me tuvieron bronca, porque mamá hizo diferencia, viste que dicen que los padres quieren por iguaL, nada de eso, yo sé que ella me quería más a mí. Puede que fuese un poco para compensar todo el rechazo que generaba en los demás, puede porque resulté ser el más débil, puede que nada de eso tuviera verdadero peso, que sólo pudiera aceptar lo que los demás nunca hicieron. Creo que es la única mirada con amor que recuerdo y que, seguramente, tendré. Y sí, Casco, me pongo un poco meláncolico, se me dio por ponerme a pensar en las cosas de antes, las que van a cambiar… A mí me asusta un poco el futuro, lo que se pueda venir ahora que estoy solo. ¡Ay Casco!, ¿qué vamos a hacer?

Casco ladró tres veces y salió corriendo por el patio hacia la puerta del frente, como el relámpogo que precede al trueno, el perro se anticipó al timbre que no tardó en sonar.