martes, 25 de agosto de 2009

LABIAL 34


Silvia está terminando de maquillarse. Ya tiene puesto el vestido con flores que le queda tan bien.  Ese que sabe que a él le gustaba. Tiene unas flores rojas sobre un fondo negro, un escote que muestra más de lo que insinua y un tajo que se abre sobre su pierna derecha.  Silvia piensa que ya no saldría a la calle con ese vestido, pero para esperarlo a él, no puede ser otro. Tiene esa corazonada. Cuando él entre, se mostrará despreocupada, ya lo decidió. No dirá nada de lo que suele decirle, su boca sólo será prisionera de ese lápiz labial Nº 34, rojo pasión, que a su marido -ex marido- tanto le inquietaba. No se llenará de reproches, esos quedarán encerrados entre sus otros labios, esos que ya no quiere necesitar.
Silvia canturrea algo,  parece un bolero, pero no de los tristes. Ella quiere su final feliz. Mientras termina de borrar las marcas del llanto de la noche anterior, piensa en cómo sería besarlo de nuevo, pero con la mano que sostiene el algodón borra esa imagen, mejor no adelantarse.  Silvia se siente orgullosa por el trabjo que hizo, se le nota en el escote. 
Sale del baño y va hacia su cuarto, con la palma de la mano extiende las arrugas de la cama y se sienta en la punta más cercana a la puerta a esperar(lo). 

Carlos se quedó dormido y está de mal humor.  Apaga rabiosamente la radio, prefiere manejar en silencio hasta su casa, la que era su casa, la casa de sus hijos. Qué difícil le resultaba acostumbrarse a nombrar las cosas de un modo que hace 18 años atrás le hubiera resultado inconcebible. Carlos sabe que tendrá que tolerar los reproches de su mujer -ex mujer-,  y a eso sumarle una cuota extra de gritos por haber llegado tarde a buscar a los mellizos.  Preferiría no tener que pasar por “eso” justo en su día de descanso. Le gustaría, en cambio, levantarse con un rico desayuno en la cama, leer el diario hasta perder la noción del tiempo y luego salir a caminar por el río. Carlos está a una cuadra de “eso” que no quiere, por eso prefiere desviarse hasta el kiosco en un intento de postergar unos minutos el encuentro con ella. 

Estaciona y a Silvia, que mira impaciente por la ventana, le empieza a latir el corazón desbocadamente. 

Toca el timbre y los mellizos, Maxi y Nico, se pelean por abrir la puerta.  La riña termina cuando Nico se golpea con el marco de la puerta y va corriendo hacia su madre mientras señala con el dedo de la venganza a su hermano. Maxi, triunfante, se le cuelga a Carlos y le estampa en su chomba blanca la marca de sus zapatillas. Silvia no puede evitar la carcajada, Carlos se da cuenta de que hace mucho que no ve reír a su mujer -ex mujer-.

 -¿Querés café?

-Bueno, si no estás apurada. 

-No estoy apurada. ¿Por qué lo decís?

-Me pareció. Bah, en realidad pensé que salías porque te pusiste ese vestido.

-Ah, sí,  pero no voy a ningún lado. No todavía.

-Bueno, como quieras, porque mirá que te puedo alcanzar con el auto.

-No hace falta. 

 Le entregó la taza y se aseguró de rozar sus manos con las de su marido. Él levantó la vista e inmeditamente se sumergió en ese mar negro que ella le ofrecía.

Carlos no sabía qué hacer, no estaba preparado para la Silvia de escote y flores rojas.

Ella tampoco pudo sostener por mucho tiempo las promesas que se hizo en el baño cuando todavía canturreaba un bolero.

 -Todavía no entiendo por qué te fuiste.

 Cuando el reproche tiñó sus labios Nº 34, se arrepintió y, sin darse cuenta, ella también se sumergió en un mar negro, sólo que otro distinto al de Carlos.

 -A mí me gustaría poder entenderte, no es que quiera que me sigas dando explicaciones, pero es que … No entiendo. Sé que teníamos problemas, claro, como todo el mundo, no nos olvidemos de que tenemos 18 años de matrimonio, cuatro de novios. Y después vinieron los mellizos y capaz yo sé que no fui tan mujer como madre, pero los chicos me demandan mucho y necesitan atención todo el tiempo. Me costó darme cuenta de que me la paso corriendo detrás de ellos, limpiando y quejándome por esto y lo otro, hasta que...

La casa ya no es lo mismo y los nenes te extrañan tanto y yo… quiero saber por qué no hay vuelta atrás…porque en terapia avancé mucho y siento que las cosas pueden ser de otra manera. Pero vos también hiciste lo tuyo, porque cuando no era una cosa, era la otra. Yo puedo asumir mis culpas, pero … No, dejá, no me digas nada, ya sé lo que me vas a decir, si siempre me decís lo mismo, pero es que si tuvieras otra, si tuvieras otra capaz podría lidiar con eso. ¿Tenés otra? No, dejá, no quiero saber eso, ¿para qué? Si vos me dijiste que no hay otra yo te creo, pero es que no entiendo, porque esto así… Es la nada, es la muerte más triste, porque soy yo la que vaga por la casa como un fantasma. No sos vos, no son los recuerdos que están en cada rincón. Ojalá fuera sólo eso , porque eso puedo reducirlo a cenizas. En cambio yo…

 Silvia se sentó con las piernas cruzadas y el tajo del vestido delineó su pierna derecha. La mano de Carlos comenzó a bailar en ocho sobre la tela, pero no pudo completar la trayectoria. Dejó caer su cabeza de perro en el regazo de Silvia. Ella lo acarició lentamente. Permanecieron en silencio algunos minutos.

 -Vos no tenés la culpa.

-Eso ya lo sé,  pero no me saca de este lugar. Siempre creí que vos me podías rescatar. Esta mañana me desperté convencida, pero me acabás de sacar esa esperanza.

 Lloran. Silvia de espaldas a la puerta, recostada sobre la bacha de la cocina, como si pudiera encauzar allí ese mar negro vuelto en llanto. Él se refugia en sus  manos y se permite llorar como una mujer.

Carlos apura otro sorbo de café.

 -La esperanza no es algo que yo te pueda quitar. Me estás sobrestimando, casi como siempre.

-No te pongas puntilloso. Eso dejalo para tus alumnitos.

-¿Alumnitos? ¿Qué tienen que ver?

-Si vas a seguir con este juego…

-¿Qué?

-No me interesa hablar.

-No fui quien empezó.

-No, si a vos te encanta terminar con las cosas, aunque no, es peor aún, porque no tenés los huevos para llegar hasta el final. Te quedás a mitad de camino. Sos profesor universitario porque no tuviste agallas para ser escritor y ahora te la venís a dar de no sé qué… ¿Qué mierda necesitás? Ni siquiera eso sabés, o probablemente lo sepas, pero no te animás, como tampoco podés  decirme la verdad. Sos un cagón, porque las excusas que me diste… ¿Vos te pensás que eso me alcanza?

-Silvia, bajá la voz por favor, los nenes…

-Los nenes… Ahora te venís a preocupar por los nenes, porque no pensaste antes en “los nenes”. Estoy harta de sentir pena por mí, estoy harta de tratar de entender, estoy harta de esperar que todo vuelva, de algún modo, a su lugar. Estoy harta de justificarte, de llorar y de no poder seguir adelante. Necesito saber por qué mierda te fuiste y qué es eso que tanto estás buscando. A ver… contame, ¿qué se te perdió? ¿eh? Ahora a los 40 se te viene a dar por buscarte, ¿qué? a ver… decime, ¿qué vas a encontrar ahora? A una pendeja de 20, eso vas a encontrar.  ¿Qué pasó? Te enamoraste de una estudiante con las tetas más lindas que yo. Qué estúpida y yo me pongo… Te juro que pensé que… No sé, la tonta idea de que algo te provocara. Todo porque me levanté cantando ese bolero y lo tomé como una señal. ¡Qué ridícula!

-No es ridículo. Siempre nos gustó creer en esos indicios, y sigo creyendo que hay ciertos cosas que uno no maneja y hablan de una sincronicidad, de esa magia que envuelve las situaciones cotidianas. Para vos fue ese bolero, para mí fue el despertador que nunca escuché. Sabía que esta mañana iba a ser diferente. Y mirá., pasaste de la súplica al desafío, el vestido, el café… Todo porque me quedé dormido. 

-No me vas a decir nada.

-¿De qué?

-De lo que te pasó, de lo que te pasa, de lo que querés.

-¿Querés herirme? Yo no quiero.

-¿Y con eso qué?

 Carlos se acerca a la mesada, apoya la taza vacía y besa a su mujer -ex mujer-, mientras acaricia la tela del vestido, y sale de la cocina con los labios sellados por el labial Nº 34, rojo pasión.

Carlos no se lleva a los mellizos. Tampoco se sube a su auto. Carlos inicia su caminata hacia el río. 

  

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario