viernes, 14 de agosto de 2009

La espera


Podría ser un perro, un boleto viejo a París, la estampita en la billetera, cualquier cosa menos amor. Una mujer, sin importar su nombre, siempre espera, sentada junto a la ventana, en una cama deshecha, en las páginas de un libro leído hasta el hartazgo o mirando el río seguir y seguir.  Mientras tanto, todo puede cambiar. La noche puede ser la reina negra que se acerca silenciosa hasta jaquearla, pero ella seguirá inmutable con el anhelo apretando su cuello. No tiene tiempo, son ojos que se pierden en el punto en donde el mar se junta con el cielo. Ella sigue suspendida sin notar la caída libre al vacío. Puede parecer pacífica y hasta dócil su espera, pero no, esa es solo una imagen. Se deshace por dentro, bucea en una búsqueda desesperada de razones, lamentos y rezos, para seguir aún cuando ya olvidó las razones. Es una guerrera de agujas que tejen sueños de hilos invisibles. El vestido largo sin arrugarse, sus dedos como bocados frescos hurgan en la memoria. Se puede amar dos cosas al mismo tiempo -pregunta él- tal vez si, tal vez haya una forma particular de amor destinada a cada quien -le dice-. Ella piensa que todo es una gran pérdida de tiempo, para qué preguntar, no necesita saber, siente y eso basta, se preguntan los que dudan, intenta convencerse para no caer en su trampa. Él se conforma, al menos su voz le agrada, no importa lo que diga, si él sabe que el diálogo no existe, sólo los actos. Y ella, espera. A veces con mate y una pava siempre a punto de estallar, otras desnuda y con un libro a medio terminar.  Ella no duerme, pero ella, siempre tratando de ver las señales por debajo del agua. Podría morir y renacer, ser pez, trueno, una canción, un boleto viejo a Madrid, cualquier cosa menos mujer.

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