lunes, 8 de abril de 2013

Lotus Flower

Transmutar es alterar el núcleo atómico del ser. Mutar la piel ante la imposibilidad de escapar. Resquebrajarse internamente para que los colores broten. El diablo late desde dentro, los dioses gritan desde fuera, mientras la voz interior permanece en silencio y es la mano alzada la que interpreta y traza. Porque de manera rotunda los nombres y las cosas se presentan como espejismos de algo más. Sólo en la profundidad de la tierra yace atrapada en un marco desbordante la vida, el misterio y una contradicción. Nada es sin su opuesto. Y la reacción en cadena es inevitable cuando se encuentran. Es necesario exponerse nuevamente ante los ojos del otro. La esencia no se trastoca, pero la apariencia cambia. La mirada ajena es la que valida y otorga significado. Como alquimistas que intentan transmutar el alma para convertir el plomo en oro, así, incesantemente buscamos elevarnos a otro plano. Somos materia, polvo y sentimientos arrojados a un mundo que desborda en estímulos que alteran los sentidos. Sacuden y advierten. Síntomas del dolor y el placer ocultos. Bailan. Se ríen de sí mismos y rompen así la atadura. La liberación llega con la aceptación. No podemos escapar de la piel, pero podemos mutar. Como flores de loto emergemos de aguas profundas para la resurrección final.

jueves, 14 de marzo de 2013

Ejercicio de memoria

Aquellos que decidimos olvidar. El ejercicio en reversa. Mi madre decidió que los muertos, sus muertos, no tienen fecha. Conforman una gran nebulosa. Suspendidos en algún lugar lejano que por difuso evita la contundencia, esa irreversible marca que dejan los aniversarios precisos. Los encuentros pactados. Las promesas de flores. Ella prefiere recordarlos sin epitafios. … y como suerte de herencia adopté la tradición de que la muerte no me roce, a pesar de que llegó temprano con un padre biológico que se fue antes de poder explicar porque no llevo su apellido, pero sí la carga genética que me hizo mutilar mi cabellera tratando de borrar esa huella indeleble de él en mí. Esa mota que fue motivo de burlas y ápodos que toda chica, más o menos coqueta, llega a odiar con todas sus fuerzas. Sí, lo odié, en silencio, y mucho antes de conocer la verdad. Esa que se ocultaba bien en el fondo de un placard. No tengo instantes para atesorar y las contadas fotos no alcanzan para reconstruir una historia. Piezas estáticas que no muestran amor, arrepentimiento o calidez. No dicen nada sobre domingos en hamacas, cuentos de buenas noches o besos en las mejillas mojadas en llanto. Esas fotos gritan silencios que me dejan tan sola como los muertos a mi madre. Recordar, a veces, se parece a morir.