lunes, 18 de enero de 2010

Los siete Gandini (Segunda entrega)

Me quedé solo. Ahora sí que no sé qué voy a hacer -le dice Marito a Casco, algo parecido a un Lazzie, pero con menos pelo y, sin ninguna belleza- por suerte te tengo a vos, que sos buenito conmigo. Ahora que la viejita nos dejó tenemos que pensar qué vamos a hacer en esta casa tan grande que se fue quedando tan triste. Marito mira con atención esas paredes que fueron su manto de protección, el refugio de las burlas y el rechazo, la muralla de compasión y ternura que Justina levantó para protegerlo. Suspira y sigue el monólogo. ¿A dónde iremos a parar? Porque los otros nos van a querer despachar, en lo único que piensan esos es en repartirse todo lo antes posible. Ni llorarla me dejaron, me la arrancaron de sopetón. Si el viejo hubiese visto el velorio de cuarta que le hicieron, se volvía a morir. Menos mal que yo le puse la ropa que ella quería, pero ni la maquillaron, ni había nada para comer, apenas que repartieron café. Igual a mi mamita la lloraron, sí que la lloraron, estaba lleno de gente, no faltó ningún vecino, ningún pariente. Aunque a algunas mejor ni verlas, qué descaradas mis cuñadas, una más falsa que la otra, esas si que son víboras, pero ella las tenía junadas a todas, lo sabía muy bien, la viejita no era zonza, bastaba verlas todas emperifolladas, mostrándose las unas a las otras para sacarse roncha, a ver quién tenía el mejor tapado… Una peor que otra, todas chirusas de barrio que no le llegaban a los talones a la vieja.

Mi madre era una señora con todas las letras, esas eran mujeres, las que sabían sufrir en silencio y siempre tienen una sonrisa para regalar a sus hijos, sin importar qué desgracia las consumiera por dentro. Pobre viejita, se me la llevaron cuando todavía estaba tan lúcida, pero Él sabrá, tiene razones que los de acá no entendemos. Mario levanta la mirada, el cielorraso lleno de humedad y descascarado se le viene encima, le borra la poesía, le corta las ganas de imaginarse el paraíso al que seguro accedió Justina. Un límite estrecho y contundente que lo devuelve a sus cavilaciones. Si pudiera encontrar la puerta para acceder a ese terreno donde los muertos ya no son cadáveres él la traspasaría, pero su estrecha capacidad se agota antes del suicidio, y aún si lo pensara en ese mismo instante renunciaría a su pasaje. El séptimo de los Gandini se agacha, toma al perro por el cuello y susurra una confesión: Cuando ya no quedaba nadie y me dejaron solo con ella, le di un beso y le saqué la medalla de la virgen, tenía miedo de que se dieran cuenta, pero igual quién iba a pensar que fui yo, podría haber sido cualquiera, si eso fue un desfile de gente. Espero que la viejita me entienda, pero así vamos a estar siempre cerca, ella pegada a mi pecho. ¡Qué solo que me quedé Casco! No, no voy a llorar. No te preocupes, ésta vez vamos a tener que estar fuertes para que los otros no nos saquen de patitas a la calle. Las cosas de mamá son las cosas de mamá y yo no voy a dejar que nadie toque nada, mucho menos que hagan algo con la casa, ella le puso tanto cariño a cada detalle, todo tiene su mano, hasta el último día laburó para tenerla impecable. Vos la habrás visto, despacio, con sus pasitos chiquitos ella la dejaba reluciente. A mí me gustaba ayudarla, no como dicen ellos porque sea un maricón, sino porque la vieja se lo merecía, por todo lo que ella hizo por mí. Nadie me ayudó como la viejita. Cuando todos me empezaron a decir yeta y ni verme cerca querían, ella estuvo para consolarme, porque cuando sos un pibe no entendés qué es eso de ser mufa. No sabés lo que lloré. Después de que murió el viejo no me querían en ningún lugar, la gente se cruzaba de vereda, miraba para otro lado, daba la vuelta. Yo me daba cuenta, no había que ser muy pillo para notar lo que pasaba con mi presencia. Ahí fue cuando me encerré en la pieza del fondo y sólo la vieja venía a verme, me traía la comida, me leía libros, jugaba a las cartas y me traía regalos a escondidas. Por eso los otros siempre me tuvieron bronca, porque mamá hizo diferencia, viste que dicen que los padres quieren por iguaL, nada de eso, yo sé que ella me quería más a mí. Puede que fuese un poco para compensar todo el rechazo que generaba en los demás, puede porque resulté ser el más débil, puede que nada de eso tuviera verdadero peso, que sólo pudiera aceptar lo que los demás nunca hicieron. Creo que es la única mirada con amor que recuerdo y que, seguramente, tendré. Y sí, Casco, me pongo un poco meláncolico, se me dio por ponerme a pensar en las cosas de antes, las que van a cambiar… A mí me asusta un poco el futuro, lo que se pueda venir ahora que estoy solo. ¡Ay Casco!, ¿qué vamos a hacer?

Casco ladró tres veces y salió corriendo por el patio hacia la puerta del frente, como el relámpogo que precede al trueno, el perro se anticipó al timbre que no tardó en sonar.