miércoles, 19 de agosto de 2009

Comfortably numb (segunda entrega)


Ese día se había levantado más temprano que de costumbre, algo agitada, como si un mal sueño la obligara a ponerse de pie. Así lo hizo. Se puso el desaville en silencio para no despertarlo, lentamente recogió cada una de las prendas de las que se despojó la noche anterior. Fue hasta al baño y se dejó caer en la bañera, con la lluvia de la ducha golpeándole en la espalda. Lloró. Espantó los fantasmas de la noche anterior con una mano y con la otra se frotó con fuerza cada centímetro de su piel como su pudiera lavar invisibles heridas.
No recordaba haber llorado frente a ellos, siempre se contenía para no lastimarlo a él, pero sabía que su hijo intuía sus padecimientos, sabía leerla, tenía ese don que lo hacía tan diferente a su padre y tan semejante a ella. Cómplices silenciosos, eso eran. Se dispuso a salir del baño, vestida, peinada, sin rastros de debilidad. Atrás ni para tomar impulso, se decía. Esas palabras signaban sus días y, sin querer, las había cargado en la espalda de lo único que hubiese querido preservar de un mandato familiar tan absurdo como frustrante.
Se había criado entre mujeres a la sombra, de esas que la vida matrimonial termina por domesticar, que siguen su marcha sin mirar lo que se queda en el camino. Ella aprendió bien y esa fue su condena, que aún cumplía.
Retazos del sueño irrumpieron el diálogo interno, el inconsciente le hablaba y se prestó a escuchar ese susurro impertinente mientras preparaba el café y terminaba de despejar la mesada.
Seguía con la misma sensación que la obligó a abandonar la cama, no encontró qué hacer, todo estaba ordenado, repasó los estantes y se detuvo en la harina, cuántas angustias había amasado, apaleado y transformado en algo dulce.
Cerca de las diez, al chirrido del viejo lavarropa se le sumó un solo de piano de ¿Chopin?, nunca tuvo oído musical, a pesar de los vanos intentos de su hijo por acercarla a ese mundo tan suyo. La mañana se tornaba aún más rara, un escalofrío le recorrió la espalda y el miedo se instaló en su pecho. ¿Qué hacía Joaquín despierto tan temprano? Por un momento pensó que eran compañeros hasta en los sueños, que los acusiaban los mismos fantasmas, esos que se paseaban noche tras noche en su frío dormitorio y jugaban partidas insomnes sobre su cama.
Se lavó rapidamente las manos, que luego se secó en el desteñido delantal, y con su caminar de pasitos apretados y silenciosos pegó la oreja a la puerta del cuarto de su hijo. Dentro, un incesante ir y venir, ruido a papeles en movimiento, cajones que se abrían y cerraban bruscamente conformaban una orquesta despareja que acompañaba a la altisonante melodía. Un subidón la arrebató y la hizo incorporar, como si una descarga eléctrica la hubiese despegado de la puerta, algo se estaba gestando allí y no podía ser bueno. "No, no, no", dijo y se alarmó de tan sólo escucharse.
El aroma a vainilla pronto inundó el corredor y la devolvió a los quehaceres domésticos. Tendió el mantel y sirvió la mesa para el desayuno, ésta vez sumó una taza más. Se sentó a esperar.

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