martes, 18 de agosto de 2009

Comfortably numb


Los años son sanatas porque si no tenés los discos no te liberás, escupió sin entender que quiso decir pero con la certeza de que esas serían sus últimas palabras. Miró a su madre sentada en la cocina, con las manos apretadas sobre la falda y el desconcierto afincado en cada una de sus arrugas.
Su pacífica espera lo conmovió, en cambio el viejo no daba señales, con él siempre había sido más difícil, la misma mueca fruncida para todos los momentos. Tal vez eso era más verdadero que cambiar de máscara según la ocasión, pero a él le jodía. Le jodía la indiferencia de todos estos años, ¿sería feliz su madre? Jamás había observado un gesto cariñoso hacia esa mujer dulce y cándida, sentía una enorme culpa, sabía que la estaba sumiendo en la más oscura soledad, que al condenarse, la condenaba. No encontró otra forma.
Echó otra mirada a la cocina: los frasquitos prolijamente alineados, la canasta con los esconcitos caseros, el aroma del café fresco y la frase agitada por el agónico ventilador que lo seguía cubriendo todo.
Si pudiera decir algo más, disculparse o explicarse, pero reencontrarse con las palabras a esta altura le parecía imposible, se enredaría en tratar de hacerle entender que ella lo había hecho bien, que estaba agradecido por su sacrificio y que lo poco o mucho hombre que era se lo debía por completo a sus manos laburantes, a sus consejos tejidos en hilos de colores y a los parches zurcidos cariñosamente para que no se reabriera la herida.
Si supiera que lo mismo que lo obligaba a callar eran sus palabras: "Atrás ni para tomar impulso", le repetía siempre. Sería eso lo que la había retenido todos estos años en esa vida de manteles a cuadros y siesta obligada para que el tiempo no pese tanto. La fortaleza estaba marcada por permanecer, irse hubiera sido fácil pero huir era retroceder y ella no entendía de eso.
¿Cuándo había renunciado a sus sueños?, ¿En qué momento había dejado de luchar?, ¿Cuándo se extinguió el anhelo de quinceañera con vestido de novia, marido y casa propia? ¿Conocería ella otra cara de aquel hombre parco, lo habrá visto intercambiar máscaras de días de fiesta y amores adolescentes, con la de marido respetuoso y padre responsable? Aquel hombre de mirada cansina y labios finitos seguía siendo el misterio que signaba sus días.
Cuando los ojos de su madre lo tocaron supo que era tiempo, arrastró su cuerpo hasta la pieza, se detuvo unos instantes, miró sobre su hombro, vio su recortada figura derrumbada sobre la mesa. Atrás ni para tomar impulso, se repitió y cerró la puerta.
Bajó la persiana, miró hacia la cama deshecha, cualquiera podría adivinar su cuerpo, procuró tender las sábanas y tapar esa sombra que lo perturbaba. Se sentó a contemplar los fragmentos de sí, la colección de autitos que heredó de su primo, los libros que lo alejaron de la absurda cotidianeidad, del hastío que le provocaba ser parte de ese mundo. Siempre se había sentido afuera, ajeno, lidiando entre dos realidades caprichosas e incómodas.
Se sentó en el suelo, mientras encendía un cigarrillo se puso a revolver los discos, apartó uno que puso cuidadosamente sobre la bandeja, apoyó la púa y lo dejó correr. Se recostó en el piso, pegándose a los parlantes como cuando era chico, cerró los ojos y abrazó la música, "Comfortably numb" se le metía hondo, tan hondo como la última pitada de ese Marlboro, sacó el humo con fuerza, como si lograra ahuyentar todo lo que lo retenía en ese cuadro imperfecto.
Cerró los ojos y escuchó el susurro de Waters: "Is anybody in there …?
¿Habría alguien ahí? No lo sabía, pero se dispuso a averiguarlo.

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