viernes, 19 de noviembre de 2010

Ya no

Ya no. Una afirmación con pinta de negación, pero que sólo marca el punto final de un guión. Marca temporal de que algo que estaba se fue a otro parte o simplemente mutó y ahora es su contracara, una suerte de verdad falsa o maldición no proclamada.
El vacío donde ya no.
A veces pasa que te miro y siento que te dije todo, y no me refiero a esos silencios cómplices, sino a la desazón que invande primero la boca, se fuga por la lengua y se disuelve en la garganta sin que haya intención de sonaridad. No hay deseo de decir.
Porque ya no.
La continuidad en medio de la disrupción total es montaje, pero también podría ser un gesto repetido, aprendido, pero sin significado, el sentido –igual que lo demás- cae.
Cuando ya no.
Es como si el mismo abandono retrasara todo, el martillo suspendido en el aire y la mano se queda sin ceder, inmóvil, con la sentencia desdibujada por la propia indiferencia de las partes.
Nos aferramos a los restos del amor como un naúfrago que deposita sus esperanzas en el último resto del navío y anhela que ese pequeño fragmento sea lo suficientemente fuerte para mantenerlo a flote y llevarlo hasta la orilla.
Aunque sabe que ya no.
Si el desconcierto nos hace mirar hacia atrás y rastrear los orígenes, seguramente habrá suficiente amor ahí para suspender el juicio final, pero los recuerdos sólo sirven para tender puentes, pero no construyen el camino hacia el mañana, son sólo una puerta que se abre hoy para descubrir el ayer. Entonces, el “ya no” funciona como señal de advertencia, una bifurcación que se abre en medio de la ruta y obliga a detener la marcha y contemplar el horizonte por un instante. ¿Estamos irremediablemente atados a lo que somos o la potencia del ser es más poderosa que el irreductible “yo” ególatra (que va comiendo poco a poco los cimientos del castillo de naipes) e invita a descubrir posibilidad donde sólo había cerrojos?
Hablo de vos y de mí y de todo lo demás, porque los restos del amor son múltiples.
Y si ya no, ¿qué?
Mejor no decir nada. Cegüera ante el fracaso. Escudo protector. Guerra fría entre el pensar y el sentir. El silencio deja intacta la forma- casi en suspenso- sin alterar la incomodidad que va tejiendo lentamente y desconociendo que la materia entra en descomposición, aunque lo niegue. Esa red contiene las lágrimas y la carta de renuncia, pero también la inminencia del estallido.
La suerte de los amantes es que prefieren mantener viva la ilusión; los amados, en cambio, buscan salirse del tablero y apuestan sus fichas al jaque mate.
El silencio se esconde del ya no. ¿Por cuánto tiempo podrá sortear el enfrentamiento?
Cara a cara. Se miran al espejo y se reconocen. Son uno y lo mismo.
El “ya no” es el asesino del futuro.
Mañana ya no queda nada.
“El Silencio ha muerto”, lo dicen en las noticias.
Se ven las manchas de sangre en el espejo, en el suelo y en las fotos que cuelgan en la pared. Ellas sólo albergan fantasmas, los cuerpos se desvanecieron, así como también los rostros. Un cúmulo de contornos imprecisos.
Los restos del amor que prefiguraban la presencia, ya no.
Los vecinos comentaron y hasta la familia que festejaba el silencio, ese día habló. Le organizaron una ceremonia para despedirlo, vinieron amigos y conocidos, pronto todo se cubrió de flores y llantos, algún que otro cuento sobre anécdotas pasadas en un intento de recordar los buenos momentos. Más tarde, sin acuerdo previo, las voces se fueron encendiendo y cantaron juntas la última canción en homenaje al silencio muerto.
Ya no.

2 comentarios:

  1. Siempre es lindo leerla.
    Sea triste o diver lo que tenga para vomitar.
    Hare Krishna!
    Sun

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  2. Tenes condimento intelectual amiga! te admiro por eso!

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