martes, 9 de marzo de 2010

Los siete Gandini (Sexta entrega)

Andrea, decile a Carlos Gandini que venga a mi oficina.
Battista, el gerente de Recursos Humanos se acomoda la corbata y mira por la ventana, de espaldas a la puerta de su oficina. Mecánicamente repite este ritual como si fuera parte del procedimiento para despedir a alguien. Le toca al Gordo. Battista no siente simpatía por este ingeniero de desempeño deslucido, a decir verdad, se acostumbró a no establecer vínculos que interfieran con su labor. Su lema: cordialidad para todos, apego por ninguno.
El gordo no se sorprende con el llamado, el radio pasillo venía anunciando posibles bajas y con el llamado de Andrea, es decir, de Battista, quedaba claro por quién empezarían. Si algo lo tranquilizaba era saber que entre la indemnización y la herencia tendría un margen bastante holgado como para aguantar. Nunca pensó en hacerse echar, pero ahora que sabe que Battista lo puso en la lista, se siente liberado.
Carlos llega a la oficina y golpea.
-Pase Gandini, dice secamente Battista. Y hace girar su silla, casi teatralmente, en dirección a la puerta.
-Usted dirá, Carlos le da el pie que Battista necesita.
-Como sabrá, estamos atravesando momentos difíciles y la empresa no está ajena a la realidad que vive el país y el mercado. Nosotros apostamos a nuestra gente, a su desarrollo y siempre tratamos de cuidar el capital más valioso que tenemos, que es el humano. Pero, el esfuerzo muchas veces no alcanza y nos vemos obligados a tomar decisiones difíciles. Gandini, usted forma parte de esta familia hace más de una década y no crea que nos olvidamos de eso en estos momentos, pero el contexto, la coyuntura… Bueno, como usted entenderá hay factores que nos exceden y lamentablemente tenemos que prescindir de sus servicios.
-Entiendo perfectamente la situación. No tiene que decir más. Cuando tenga los papeles listos me avisa. Fue un placer trabajar en esta compañía.
Carlos se pone de pie y extiende con aire solemne la mano. Battista devuelve el saludo y vuelve a su sillón de cuero. La puerta se cierra.
-Andrea, llamá a Jorge Colussi y decile que venga.
El Gordo camina por los pasillos y, a pesar de que lo miran con cara de velorio, él no puede evitar sonreír. Junta un par de papeles, apaga la computadora y abandona su pequeño box.
Se sube al auto y enciende el stereo. El Gitano canta “a veces un recuerdo
, una canción muy triste 
se adueñan de aquel eco 
que me dejó tu voz 
y entonces vuelvo a ver 
como cuando te fuiste 
con mi dolor a cuestas 
llorando por tu amor” y el gordo a destiempo sigue la letra una y ota vez hasta llegar a su casa.
Detiene el auto en la esquina y camina hasta el edificio de mitad de cuadra. A medida que se acerca al 1348 la imagen de Alberto se vuelve más nítida, y él no puede evitar ponerse a la defensiva. La presencia de su hermano le borra la sonrisa, la canción y le mete unos nervios que patean directo a su estómago.
-¡Qué sorpresa! No te esperaba.
- Sabés que no sos el único, parece que no somos muy originales los Gandini.
-¿Qué?
-Nada, no importa. ¿Tenés unos minutos para tu hermano?
-Sí, claro. Subí.

2 comentarios:

  1. Uhhhhhhhh...Que no muera Carlos! Las malas lenguas dicen –y las malas lenguas no se equivocan- que no puede mantener relaciones sexuales por su obesidad (por lo tanto, debe sonreír poco); ahora lo echan, puede disfrutar de su indemnización, sonríe (pese a todo, sonríe) y lo vas a matar??
    J. Colussi habla con diminutivos? Cuando lo llamó la secretaria le preguntó "Qué pasa Andreita?"?
    Jaja...a la espera de la 7ma!

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  2. Yo no lo voy a matar, en todo caso, puede que sea Alberto, pero no está todo dicho.

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