jueves, 4 de marzo de 2010

Los siete Gandini (Cuarta entrega)

Pedro sale de la oficina en busca de un café, se deja llevar por el olor a mar de las vacaciones que ya está imaginando, ni bien cobre la plata de la herencia se va a la mierda, qué más da, unos días alejado de esta puta fábrica y sus malditos botones. Nada demasiado lujoso, pero algo un poquito más espectacular que clavar la sombrilla en La Perla y ver como los chicos se hacen milanesa y un pelotazo del vecino te mete arena en la parte más incómoda del ser y contemplar pasivamente como el mar se lleva otro año de monotonía, y la radio AM con sus inagotables publicidades mechadas en cada bocanada de aire que toma el locutor principal y el tráfico para volver.
Y de qué ciudad feliz me hablás, casi se le escapa en voz alta, pero se diluye en su garganta.

Pedro!
¿Eh?
¿Te vas a servir café o qué?
Ahh, sí.
¿Qué te pasa?
A mí, ¿qué me va a pasar?
No sé, decime vos, porque te estoy mirando y hace diez minutos que estás como un zombie parado frente a la cafetera.
Estaba haciendo cálculos mentales, unos números que no cierran, pero nada importante.
Por qué no salís un rato a tomar aire, capaz cuando volvés encontrás el error. A mí me funciona siempre.
No tengo tiempo para eso.

Pedro!
¿Qué?
El café…
Ahh sí. Este pelotudo qué se cree, piensa, pero no dice nada, ni siquiera hace una mueca de disgusto. Pedro agarra su taza y con la mirada clavada en el piso de madera atraviesa el pasillo hasta su oficina.
Me queda tan poco de esta mierda, se ilusiona.

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